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Unos buñuelos de viento. Cierro los ojos y puedo ver en algún lugar de La Mancha a mi abuela María, preparándolos en la cocina. Vestida de negro, encadenando un luto con otro. Suspiro, casi los puedo oler, dorados y crujientes, coronados de azúcar.

Cuarenta años después, todavía conservo el molde, que me mira desafiante y despectivo desde un cajón de la cocina, porque sabe que jamás podré llegar a la perfección de los buñuelos de viento de mi abuela.

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