Nos habíamos conocido una noche de verano y hubo química. Al mes de estar juntos, una tarde de sábado me envió un WhatsApp con el doloroso «Mejor que seamos amigos» y esa misma noche me lo encontré por casualidad. Cuando llegué a casa de madrugada, puse unas lentejas en remojo y con determinación pensé «mañana será otro día», mientras mis lágrimas se diluían en el agua.