Nunca encontraba tiempo para quedarse más de dos minutos. Llegaba, las bolsas cambiaban de mano con una mirada de agradecimiento y a veces dos sonoros besos, y volvía a su vida planificada y precisa. Veía con el corazón encogido, la hilera de personas que esperaban con resignación su turno. Hasta que un día, escuchó a alguien decir: «Ojalá hubiera más personas como tú», entonces, con una sensación de vergüenza, decidió quedarse a ayudar de verdad.
A veces necesitamos un poquito de ayuda para romper esa capa y ver una arista del diamante que albergamos 🙂