Nos conocíamos y hablábamos de vez en cuando. Lo normal siendo vecinas. Me la encontraba en el Metro, en una tienda, en el portal…Nos separaban cuarenta años.
Y confinadas, empecé a subir cada semana a hablar con ella. Desde el rellano, charlábamos de todo un poco: de su infancia en Francia, de sus hijos y sus nietos, de mi trabajo y mis proyectos…Éloise agradecía mis visitas.
Y de repente, me di cuenta de que era yo la que esperaba con ilusión nuestra cita semanal, contenta de saber que detrás de esa puerta, alguien me esperaba.
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